Escrito por Antonio Sánchez García (historiador) Nazismo o comunismo: las dos caras de una misma moneda
Escrito por Antonio Sánchez García (historiador) |
Domingo, 25 de Mayo de 2014 02:13 |
Hitler admiraba a Stalin y Stalin a Hitler. Las dos caras de una misma moneda. Tiranos totalitarios que compartían los mismos odios y pretendían los mismos imperios
planetarios. Ambos, revolucionarios. Inescrupulosos hasta el delirio, cruentos sin medida, dueños implacables de sus reinos que dominaban como nadie antes de ellos: ni Iván el Terrible ni Carlos V. Monstruos de impiedad, genocidas, autócratas.
Ambos pusieron sus sociedades a correr tras sus caprichos, a suplicar por sus delirios, a dar sus vidas por las tareas que les encomendaran. Una voluntad demoníaca al servicio de una ambición ciclópea. Y no por causalidad socialistas. Vale decir: convencidos de la necesidad de destruir al individuo, de arrasar con las diferencias específicas: fueran de raza, de clase, de religión. Y al delirio de ambos se debe la guerra más espantosa de la historia humana. Con más de cien millones de cadáveres. La guerra civil del Siglo XX. Provocada por ellos para exterminar al enemigo por antonomasia: el liberalismo, la democracia, la libertad.
Ambos dominaron el arte de la sumisión de las masas y la guerra total. Un fenómeno inédito, desconocido para una humanidad que hasta entonces guerreaba cuidando de preservar las últimas reservas del enemigo. Ambos cultivaron la aniquilación industrial de poblaciones enteras: mediante campos de concentración, hambrunas, cámaras de gases. Auschwitz o el Gulag: un mismo desenlace para una misma locura. Así luzcan tan distantes uno de otro como si fueran las antípodas de un universo siniestro. Y terminaran enfrascados en una guerra de aniquilación recíproca y total. El universo totalitario no soporta competencias.
Cuenta nuestro amigo Valentín Arenas, compañero de colegio y de universidad de Fidel Castro, que éste solía pasarse los recreos en la escuela de derecho de la Universidad de La Habana leyendo Mein Kampf, Mi Lucha, la Biblia de Adolfo Hitler escrita en la prisión de Bamberg donde pasara tres años de prisión tras el fracasado Putsch de la cervecería, Múnich, noviembre de 1923. En ella condensó los principios de la seducción de masas y el asalto al Poder. Desde la obscenidad y crudeza en el empleo del lenguaje, la mentira como instrumento de simulación, hasta el uso del rojo y la violencia callejera. Esos mecanismos que Castro pusiera en práctica desde que hiciera su aparición como pistolero universitario y Chávez impusiera a sus huestes desde que pretendiera asaltar el Poder y seguir exactamente la senda de los tres caudillos: tres fracasados golpes de Estado, tres condenas de cárcel conmutadas tras dos años de prisión y tres tomas del Poder amparados en el respaldo popular.
Las diferencias entre Hitler y Stalin – entre el nazismo y el socialismo – hacen, en primer lugar, a las formas de asaltar el Poder y a la naturaleza de los regímenes totalitarios que implantaron. Los bolcheviques asaltaron, literalmente, el Poder por medio de vanguardias fanatizadas armadas hasta los dientes en Octubre de 1917. Fueron, por así decirlo, de arriba – el Estado zarista – hacia abajo – las masas. Guerra de movimiento la llamó Gramsci. Hitler siguió el camino inverso, seguro de que luego de conquistar la hegemonía a través del convencimiento por la razón o la fuerza de la sociedad civil, el poder le caería en las manos “institucional, pacífica, democráticamente”. Como en efecto. En 30 de enero de 1933 el presidente Hindenburg lo nombró canciller del Reich. Lo demás es historia: en meses, y ya instalado en los espacios del poder, los vació de todo contenido y los pervirtió hasta convertirlos en una aterradora dictadura. Por cierto: plebiscitaria, electorera, hegemónica. Así para lograrlo haya debido en pocos meses asesinar a las dirigencias, encarcelar a los disidentes, convencer a los renuentes. E inventar, por fin, al demonio que había que exterminar a cualquier precio: el pueblo de Isrtael.
Como dice una bella canción del trovador cubano, el nazismo y el socialismo no serán lo mismo, pero son igual: dictaduras totalitarias, inhumanas, carceleras en manos de caudillos cruentos y desalmados.
Pero hay quienes lo discuten y pretenden hacernos creer que el socialismo es bueno y el nazismo es malo. Son los socialistas bien pensantes, que no tienen cura. Me reclaman cuando digo que Chávez es socialista, porque el socialismo es bueno. Así Fidel Castro lleve 55 años demostrando lo contrario. O los que me reclaman porque tacho al régimen de nazi o fascista y no de socialista, porque le atribuyen al nazi fascismo ciertos atributos que lo haría merecedor de una buena prensa.
Tanto a los primeros – que sobran incluso en las camarillas de la oposición oficialista, que creen que hay que teñirse de rojo para terminar de aventar a sus rojos amos del Poder – como a los segundos – que ya quisieran ver en acción las fuerzas de choques para descabezar colectivos – no puedo menos que decirles que ni unos ni otros. Son dos variantes del mismo cáncer incurable. Las dos caras del totalitarismo. La peor enfermedad del siglo XX. A los que debemos oponernos con todas nuestras fuerzas. Todo socialista esconde a un nazi. Todo nazi – o fascista, que es lo mismo, aunque no suene igual - esconde a un socialista.
Son nuestros enemigos. Deben ser combatidos sin concesiones. La libertad, esa es nuestra única consigna.
@sangarccs |
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Domingo, 25 de Mayo de 2014 02:13 |
Hitler admiraba a Stalin y Stalin a Hitler. Las dos caras de una misma moneda. Tiranos totalitarios que compartían los mismos odios y pretendían los mismos imperios
planetarios. Ambos, revolucionarios. Inescrupulosos hasta el delirio, cruentos sin medida, dueños implacables de sus reinos que dominaban como nadie antes de ellos: ni Iván el Terrible ni Carlos V. Monstruos de impiedad, genocidas, autócratas.
Ambos pusieron sus sociedades a correr tras sus caprichos, a suplicar por sus delirios, a dar sus vidas por las tareas que les encomendaran. Una voluntad demoníaca al servicio de una ambición ciclópea. Y no por causalidad socialistas. Vale decir: convencidos de la necesidad de destruir al individuo, de arrasar con las diferencias específicas: fueran de raza, de clase, de religión. Y al delirio de ambos se debe la guerra más espantosa de la historia humana. Con más de cien millones de cadáveres. La guerra civil del Siglo XX. Provocada por ellos para exterminar al enemigo por antonomasia: el liberalismo, la democracia, la libertad.
Ambos dominaron el arte de la sumisión de las masas y la guerra total. Un fenómeno inédito, desconocido para una humanidad que hasta entonces guerreaba cuidando de preservar las últimas reservas del enemigo. Ambos cultivaron la aniquilación industrial de poblaciones enteras: mediante campos de concentración, hambrunas, cámaras de gases. Auschwitz o el Gulag: un mismo desenlace para una misma locura. Así luzcan tan distantes uno de otro como si fueran las antípodas de un universo siniestro. Y terminaran enfrascados en una guerra de aniquilación recíproca y total. El universo totalitario no soporta competencias.
Cuenta nuestro amigo Valentín Arenas, compañero de colegio y de universidad de Fidel Castro, que éste solía pasarse los recreos en la escuela de derecho de la Universidad de La Habana leyendo Mein Kampf, Mi Lucha, la Biblia de Adolfo Hitler escrita en la prisión de Bamberg donde pasara tres años de prisión tras el fracasado Putsch de la cervecería, Múnich, noviembre de 1923. En ella condensó los principios de la seducción de masas y el asalto al Poder. Desde la obscenidad y crudeza en el empleo del lenguaje, la mentira como instrumento de simulación, hasta el uso del rojo y la violencia callejera. Esos mecanismos que Castro pusiera en práctica desde que hiciera su aparición como pistolero universitario y Chávez impusiera a sus huestes desde que pretendiera asaltar el Poder y seguir exactamente la senda de los tres caudillos: tres fracasados golpes de Estado, tres condenas de cárcel conmutadas tras dos años de prisión y tres tomas del Poder amparados en el respaldo popular.
Las diferencias entre Hitler y Stalin – entre el nazismo y el socialismo – hacen, en primer lugar, a las formas de asaltar el Poder y a la naturaleza de los regímenes totalitarios que implantaron. Los bolcheviques asaltaron, literalmente, el Poder por medio de vanguardias fanatizadas armadas hasta los dientes en Octubre de 1917. Fueron, por así decirlo, de arriba – el Estado zarista – hacia abajo – las masas. Guerra de movimiento la llamó Gramsci. Hitler siguió el camino inverso, seguro de que luego de conquistar la hegemonía a través del convencimiento por la razón o la fuerza de la sociedad civil, el poder le caería en las manos “institucional, pacífica, democráticamente”. Como en efecto. En 30 de enero de 1933 el presidente Hindenburg lo nombró canciller del Reich. Lo demás es historia: en meses, y ya instalado en los espacios del poder, los vació de todo contenido y los pervirtió hasta convertirlos en una aterradora dictadura. Por cierto: plebiscitaria, electorera, hegemónica. Así para lograrlo haya debido en pocos meses asesinar a las dirigencias, encarcelar a los disidentes, convencer a los renuentes. E inventar, por fin, al demonio que había que exterminar a cualquier precio: el pueblo de Isrtael.
Como dice una bella canción del trovador cubano, el nazismo y el socialismo no serán lo mismo, pero son igual: dictaduras totalitarias, inhumanas, carceleras en manos de caudillos cruentos y desalmados.
Pero hay quienes lo discuten y pretenden hacernos creer que el socialismo es bueno y el nazismo es malo. Son los socialistas bien pensantes, que no tienen cura. Me reclaman cuando digo que Chávez es socialista, porque el socialismo es bueno. Así Fidel Castro lleve 55 años demostrando lo contrario. O los que me reclaman porque tacho al régimen de nazi o fascista y no de socialista, porque le atribuyen al nazi fascismo ciertos atributos que lo haría merecedor de una buena prensa.
Tanto a los primeros – que sobran incluso en las camarillas de la oposición oficialista, que creen que hay que teñirse de rojo para terminar de aventar a sus rojos amos del Poder – como a los segundos – que ya quisieran ver en acción las fuerzas de choques para descabezar colectivos – no puedo menos que decirles que ni unos ni otros. Son dos variantes del mismo cáncer incurable. Las dos caras del totalitarismo. La peor enfermedad del siglo XX. A los que debemos oponernos con todas nuestras fuerzas. Todo socialista esconde a un nazi. Todo nazi – o fascista, que es lo mismo, aunque no suene igual - esconde a un socialista.
Son nuestros enemigos. Deben ser combatidos sin concesiones. La libertad, esa es nuestra única consigna.
@sangarccs |
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